Cinco distritos en una tarde y el castigo a un pie metiche
Hoy estuve en el Callao y quería preguntar por el mural de Tego, pero mi tiempo estaba cronometrado y preferí no distraerme. Ví un cobrador muy guapo y me pregunté si me lo cruzaría en el concierto del enemy de los guasibiri. Era moreno y tenía el pelo muy corto, con unos pequeños rulos sobre la frente y llamaba a los pasajeros como cantando.
Tomé el colectivo hacia el parque universitario. La gente al subir a esos viejos autos dice “gracias” o “buenas”, es bonito eso. En la avenida Colonial pasamos en medio de varias pathfinder y reporteros de televisión junto a un auto lujoso, vecinos asomados a las ventanas y mirando desde las azoteas. La señora atrás mío dijo: “secuestro”. El chofer asintió. Yo pregunté “¿qué cosa?”. Y ellos dijeron “Sí, es como la otra vez”. Me sorprendí de que reconocieran una situación así tan rápidamente, que el barrio estuviera acostumbrado.
En la cuadra dos de Paruro unos niños sentados en una plazuela le dijeron a un escolar que pasaba “patea pe` chibolo”. El escolar apenas rozó la pelota, en su dirección. Yo, entrometida, la patié con fuerza, pues disfruto patear las pelotas desviadas en la calle. Mi pié en sayonara descubrió que la pelota estaba llena de tierra, cemento o piedras pequeñas. Los niños se rieron, los adultos y yo también. Tuve que caminar disimulando el dolor, pero mi risa era verdadera.
De regreso me dijeron “patea otra vez” y comentaron a cuantos les habían roto la pierna de ese modo. El taxista que me llevó a Lince se sabía todas las canciones de “La Hora del Lonchecito” y las cantaba a viva voz, incluso “Piel de Angel”, de Camilo Sesto. Me cayó bien por eso, pero me dio una moneda falsa. Yo se la di a una tierna señora que cobraba caro y tenía su tienda forrada de propaganda fujimorista.
Tomé el colectivo hacia el parque universitario. La gente al subir a esos viejos autos dice “gracias” o “buenas”, es bonito eso. En la avenida Colonial pasamos en medio de varias pathfinder y reporteros de televisión junto a un auto lujoso, vecinos asomados a las ventanas y mirando desde las azoteas. La señora atrás mío dijo: “secuestro”. El chofer asintió. Yo pregunté “¿qué cosa?”. Y ellos dijeron “Sí, es como la otra vez”. Me sorprendí de que reconocieran una situación así tan rápidamente, que el barrio estuviera acostumbrado.
En la cuadra dos de Paruro unos niños sentados en una plazuela le dijeron a un escolar que pasaba “patea pe` chibolo”. El escolar apenas rozó la pelota, en su dirección. Yo, entrometida, la patié con fuerza, pues disfruto patear las pelotas desviadas en la calle. Mi pié en sayonara descubrió que la pelota estaba llena de tierra, cemento o piedras pequeñas. Los niños se rieron, los adultos y yo también. Tuve que caminar disimulando el dolor, pero mi risa era verdadera.
De regreso me dijeron “patea otra vez” y comentaron a cuantos les habían roto la pierna de ese modo. El taxista que me llevó a Lince se sabía todas las canciones de “La Hora del Lonchecito” y las cantaba a viva voz, incluso “Piel de Angel”, de Camilo Sesto. Me cayó bien por eso, pero me dio una moneda falsa. Yo se la di a una tierna señora que cobraba caro y tenía su tienda forrada de propaganda fujimorista.