Avena caleña
Me gusta como suena la palabra Cali.
Ayer caminando por sus calles ví gatos gigantes junto a un río, y ojos abiertos en los árboles. Por primera vez, recibí un piropo en la calle dicho por una mujer. Una anciana sentada en el suelo, me dijo "que bonita la falda, y la que la lleva", mientras sonreía desdentádamente siendo mirada cómplice por su compañero, literal, de piso.
Colombia está marcada para mí por las canciones de mi infancia. Cada lugar me recuerda a una, y Cali a varias. Cali pachanguero, escuchada de muy pequeña en las animadas calles de San Martín de Porres, que de algún modo tienen una vida de barrio con un espíritu parecido al que encuentro por acá y que se caracterizan también por el amor a la cachanga, como los negocios junto al río Pance, que la venden en abundancia, doradita y crocante a las niñas morenas con cuentas de plástico en el cabello y polo mojado sobre las teticas pequeñas.
"Las caleñas son como las flores" es mi favorita. Siempre me gustá mucho la comparación "ellas mueven las caderas como los cañaveraaales", y me gustaba imaginar a las mujeres caleñas caminando por las aceras, moviéndose suavemente, con el sol quemando, como estos días en que mientras en Lima mis amigos usan tres chompas, yo por acá, ando en sayonaras comiendo fresas con merengue o mango con sal y limón, sin dejar de ser, claro, una limeña que observa atentamente a sus congéneres locales como tratando de descifrar si bajo la sencilla elegancia que dan los climas cálidos, está la respuesta a si es cierta la frase que más me impactaba de la canción: "ellas nunca entregan sus amores, si no están correspondiiidas".
Cali es Cali, lo demás es broma. Muy pocos días para comprobarlo, pero ver a niñas peinando su cabello mojado junto al río y a las personas bailando salsa mientras compran fruta, venden en el mercado, cuando escuchan una canción al paso en una calle cualquiera o mientras esperan que avance el tráfico es un buen indicio de que, al menos en materia de sincronizar pies con manos en cinturas, pues sí.
Ayer caminando por sus calles ví gatos gigantes junto a un río, y ojos abiertos en los árboles. Por primera vez, recibí un piropo en la calle dicho por una mujer. Una anciana sentada en el suelo, me dijo "que bonita la falda, y la que la lleva", mientras sonreía desdentádamente siendo mirada cómplice por su compañero, literal, de piso.
Colombia está marcada para mí por las canciones de mi infancia. Cada lugar me recuerda a una, y Cali a varias. Cali pachanguero, escuchada de muy pequeña en las animadas calles de San Martín de Porres, que de algún modo tienen una vida de barrio con un espíritu parecido al que encuentro por acá y que se caracterizan también por el amor a la cachanga, como los negocios junto al río Pance, que la venden en abundancia, doradita y crocante a las niñas morenas con cuentas de plástico en el cabello y polo mojado sobre las teticas pequeñas.
"Las caleñas son como las flores" es mi favorita. Siempre me gustá mucho la comparación "ellas mueven las caderas como los cañaveraaales", y me gustaba imaginar a las mujeres caleñas caminando por las aceras, moviéndose suavemente, con el sol quemando, como estos días en que mientras en Lima mis amigos usan tres chompas, yo por acá, ando en sayonaras comiendo fresas con merengue o mango con sal y limón, sin dejar de ser, claro, una limeña que observa atentamente a sus congéneres locales como tratando de descifrar si bajo la sencilla elegancia que dan los climas cálidos, está la respuesta a si es cierta la frase que más me impactaba de la canción: "ellas nunca entregan sus amores, si no están correspondiiidas".
Cali es Cali, lo demás es broma. Muy pocos días para comprobarlo, pero ver a niñas peinando su cabello mojado junto al río y a las personas bailando salsa mientras compran fruta, venden en el mercado, cuando escuchan una canción al paso en una calle cualquiera o mientras esperan que avance el tráfico es un buen indicio de que, al menos en materia de sincronizar pies con manos en cinturas, pues sí.