Cigarettes and coffee, man, that's a combination.
Que divertido ser Jim Jarmush y llamar por teléfono a Tom Waits, Iggy Pop y a los White Stripes, entre otros, para hacer una película. “Coffee and cigarrettes” está compuesta por pequeños segmentos protagonizados por algunas de las personas que más placer da ver en pantalla grande. Al menos me pasa eso con Steve Buschemi, Bill Murray y Cate Blanchet. Digo personas y no actores, porque nuevamente Jarmush utiliza a músicos como protagonistas. Leí que lo hace porque para él, los músicos siempre están representando, lo cual es particularmente interesante si además en este caso se representan a sí mismos. Se establecen varios niveles de juego, por ejemplo, cuando en el segmento protagonizado por los White, se hablan como hermanos, recordando la niñez de Meg. O Alfred Molina y Steve Cougan atando cabos para averiguar si son primos.
Como en otras películas de Jarmush, los diálogos son sencillos, casi cotidianos y sutilmente absurdos: te lo imaginas escribiéndolos con un cigarrillo en los labios sostenido por una media sonrisa.
Y no deja de introducir pequeños guiños a otras películas de su filmografía: es genial la teoría que Steve Buschemi les plantea a los hermanos gemelos Lee acerca del gemelo malvado de Elvis, que habría sido el que se empezó a vestir mal, engordar y malograr la carrera del Presley bueno. Como la joven oriental super fan en "Mistery Train" que colecciona un álbum donde diversas celebridades se parecen en alguna foto a Elvis (desde Madonna a Buda), Jarmush se aproxima a sus ídolos musicales (que además son sus amigos) con esa misma perspectiva. La del fan que reinventa al ser admirado en su aproximación, en su forma de individualizar su “culto”. Ya sea creándole un gemelo malvado a Elvis o encontrándole parecidos inverosímiles, la actitud es la de darle una nueva dimensión al ídolo pop desde una perspectiva personal. Lo que también sucede en el momento en que Jim coloca a Jack White disertando sobre Tesla y la luz fluorescente, a Rza de Wu Tang Clan recetándole remedios para la garganta a Bill Murray, o a Tom Waits haciendo sentir mal a Iggy Pop porque ordenó por él. Es como invitar al ídolo a reinventarse con lo que uno imagina para él, hacer que caiga en el juego de complacer la fantasía del fan. Pero una fantasía que da nuevas dimensiones a la personalidad del músico, que hace posible mirarlo desde otros ángulos, lejos de las carátulas de los discos y revistas, lejos de E!, de Mtv o de los alaridos de los clubes de fans con carnet.
Probablemente si Elvis estuviera vivo, Jim lo llamaría y le diría:
“Hey, te invito a actuar en un película haciendo dos papeles: de ti mismo y de tu hermano gemelo maligno”
Y Elvis contestaría: “Mejor llamo a mi hermano gemelo, que él haga de sí mismo y yo seré el malvado”